Sabiendo pues, que tenía todo el día para mi, salí de la casa, con rumbo al ITESO, para entregarle a Zebul las llaves que me prestó para poder salir de la casa, y caminé por toda la agradable vereda del "Camino al ITESO", al lado de enormes edificios corporativos, pero por una calle donde, sin importar la anchura de la banqueta, siempre había árboles. Ya de por sí sé que Guadalajara es una ciudad verde por excelencia, pero desde el camino de la colonia Las Fuentes, con sus encantadoras calles de empedrado y sus árboles, frondosos y fuertes, con frescas sombras y raíces que poéticamente levantan las piedras, se siente la diferencia con Puebla. Se valoran los árboles en la ciudad muchísimo. Tal vez Guadalajara no tenga un "Parque Central" muy grande, como el Bosque de Chapultepec en el DF, o nuestros no muy arbolados Parque Ecológico y Flor del Bosque... pero eso lo compensan teniendo todos los árboles posibles en las calles de la ciudad, por toda la ciudad. En cierto punto de la Avenida López Mateos, los árboles de un lado de la calle se juntan en ramas con los del camellón redondo de en medio, y éstos, a su vez, con los del otro lado de la calle, creando un auténtico "canopy" (no recuerdo la palabra en Español) de naturaleza y verdor.
Foto de hace un año, en el UNITESO
Caminé hasta el ITESO, lo cual, en realidad no fue demasiado, y salí por la calle al lado de las Tortas Ahogadas y el Starbucks que conocí el año anterior, al asistir al UNITESO, de nuevo recordando viejos tiempos. Subí por el hermoso puente donde brilla el IHS dentro del sol a la mitad, siendo visto por todos los que pasan por el Periférico de Guadalajara, y registrándome antes de entrar a la hermosa universidad, que más que haber construido una universidad en la ciudad, parece como si fuera una universidad construida en medio de un bosque gigante. Ahora que no tenía que estar yendo al edificio de la facultad de arquitectura con regularidad para una sesión de MUN, pude tomarme tiempo de admirar ciertas cosas que no pude, del ITESO en sí, como por ejemplo, el detalle de que todos los árboles tenían un número colgando de su tronco, con el cual eran identificados por los estudiantes y trabajadores encargados de cuidarlos. Pasé de nuevo, como el año anterior, a la cafetería, y compré una leche con chocolate de la marca "Sello Rojo", una empresa pequeña propia de Guadalajara, que era la única marca disponible de algunas cosas en toda la universidad, con la finalidad de fortalecer ese pequeño negocio, en vez de caer en la eterna trampa de comprar siempre Hershey's para tomar en las mañanas, o Nesquiks. Punto extra a favor => Auxilio a empresas pequeñas que de verdad lo necesitan, y no darle más a los que de por sí ya tienen y mucho. Típica mentalidad Jesuita-TeologíaDeLaLiberación que me encanta.
Después, fui a ver por donde era la facultad de Relaciones Internacionales, y me sorprendió que no era un edificio pequeño, sino uno de tres pisos, con por lo menos un espacio apropiado. De allí, llamé a Zebul por teléfono, y me dijo que nos reuniéramos en el "Ombligo", lugar que yo desconocía en su ubicación. El "Ombligo" resultó ser una hermosa fuente, que no era tal, sino un chorro de agua disparado hacia arriba en el centro de un enorme palenque, pero con una zanja en medio para que escurriera esa agua hacia la bomba y fuera eyectada de nuevo hacia fuera. Y alrededor, árboles de todo tipo, con coloridos sensacionales, que reflejaban el otoño en sus hojas. Algunos framboyanes en flor, de color naranja, otros árboles con hojas rosadas o rojas, y muchos más con un verde profundo, rebosantes de clorofila. Allí estaba Zebul, y al encontrarlo, le regresé sus llaves, y le solicité consejo para poder encontrar un camión que me llevara hacia donde tenía que ir. Me pasó una página de internet para poder ubicar los camiones que pasaran cerca del ITESO, y, efectivamente, había varios que iban hacia el rumbo del Ciencias. En el ITESO, sin embargo, antes de irme, busqué como pude a Vivian Cárdenas y a Oliver Arana, y, como era de esperarse, no los encontré, así que fui de salida por mi credencial del IFE, cuando, en la cafetería, descubrí a toda una tropa de Cubanos sentados bajo las sombrillas, esperando a subir a un camión de Primera Plus. Al parecer, la delegación de Cuba estaba utilizando instalaciones del ITESO para entrenar, y muchos estudiantes se estaban tomando fotos con atletas. Todos, sin embargo, salieron bastante rápido de allí, y los camiones se encaminaron hacia fuera.
Tras caminar otra vez bastante, llegué a la parada de camión de enfrente del ITESO, donde esperé uno de los camiones "Turquesa", el cual me llevó, después de un sinfín de vueltas, hasta el centro de Guadalajara, a la estación de Juárez. Pasé a un lado del complejo de Box, donde ya había una enorme fila de personas que querían comprar su boleto, bajo el rayo del sol. Subí al tren ligero, y, tras dudar si valía la pena, por pura curiosidad, seguirme hasta donde estaba el tren que me dejaba cerca de la sede mundial de "La Luz Del Mundo", me bajé cerca de San Juan de Dios. Al pasar frente a la iglesia de San Juan de Dios, decidí echar un ojo adentro, y, curiosamente, a pesar de ser Lunes, la Misa que se oficiaba en ese momento en el interior, estaba llenísima. Tomé algunas fotos del interior, todo azulado y blanco, como si fueran de nuevo los colores de Galicia, y salí de la iglesia. Entré al mercado, donde en ese momento estaban transmitiendo en algunas televisiones, el Tae Kwon-Do entre México y Estados Unidos. Pude llegar justo a tiempo para ver como México ganaba el oro, y luego compré algunas cosas para llevar de regreso a Puebla, entre las cuales se contaban unos arrayanes, borrachitos, y tres camisas de los panamericanos (producto no oficial, ya que el oficial costaba $180, mientras que las playeras no-oficiales, $75). Subí y bajé por todo el mercado, o por lo menos una gran sección del mismo. Curiosamente, no me sentí inseguro para nada en ese lugar. Había lugares con fuerte aroma a mariscos, lo cual siguió haciéndoseme extraño, pues estábamos más lejos del mar que lo que lo está Puebla, y aún así, se comen muchos mariscos por allá. Salí de allí y caminé hacia la Plaza Tapatía, ahora sí, contemplando como se debe, la Fuente de la Inmolación de Quetzalcóatl. Si se la ve desde lejos, puede uno pensar "Qué padre cosa modernista", y seguir caminando más adelante. Sin embago, si uno lee la historia que hay detrás de la fuente, puede sorprenderse de los significados que encierra. Las esculturas que hay a los lados representan al hombre hecho ave, que se apresta a levantar el vuelo, con la intención de fundirse cn la naturaleza en espíritu, en la dirección hacia la cual se levanta el "churro" de en medio. También había allí, de los ya clásicos "Adivinos de la fortuna", conocidos en los zócalos de Puebla y la Ciudad de México, que son extranaturalmente altos, usan una capa misteriosa con brillitos, y tienen una caja llena de papelitos. Street performers, a final de cuentas.
Mystère
Seguí caminando por lo largo de la Plaza Tapatía, donde se podían ver con más claridad los letreros que habían sido colocados a los lados, en los edificios joyeros, y que tenían cómo se dice "Está bien padre" (o la expresión idiomática equivalente) en los diferentes idiomas de donde viniera la gente de Panamericanos. Así teníamos "¡Qué buen carrete!" para Chile, "Qué coisa mais linda!" para Brasil, "¡Che, está re bárbaro!" para Argentina, y "That's Awesome!" para Canadá. Seguí caminando hasta el Hospicio Cabañas, intentando entrar y fallando en el intento, ya que estaba cerrado por ser lunes. Y bueno, estaba cerrado, pero la puerta estaba abierta, por lo cual solo pude echar un ojo y ver un lindo patio de naranjos. "Para la próxima será," me dije a mi mismo. En ese momento, un montón de militares comenzaron a salir de quién sabe donde, marchando y poniéndose, con sus hirvientes uniformes verde oscuro, bajo el fulgurante sol, y comenzaron a tocar marchas militares, mientras una multitud se congregaba alrededor para escucharlos tocar. Nunca han sido de mi total agrado las marchas militares. Les falta colorido en los tonos, en las tesituras, les falta melodía y variación, y un ritmo menos monótono. Menos estridencia y más armonía. Supongo que eso refleja en gran manera el carácter militar. Incluso el himno nacional, tocado por una banda militar, suena casi tan feo como cantado solamente a capella.
De allí, no hubo mucho más que hacer, que ir de regreso al Tren Ligero, y abordarlo con dirección a Juárez, transferir a la línea 1 y tomar la dirección Periférico Norte, y bajarme en Ávila Camacho, o sea, en la estación de la Avenida que conduce al Ciencias. Yo ya sabía donde estaba, ya conocía ese rumbo desde 5 años y medio atrás, y la nostalgia se apoderó de mí al ir saliendo de la estación, y encontrarme en el mismo crucero donde había estado corriendo aquella tarde de Mayo, para regresar por mis maletas a la casa donde me estaba quedando, después de haber ido, con el tiempo sumamente apretado, al centro, a buscarle arrayanes a mi abuelita, que me los había pedido encarecidamente. Aún recuerdo cómo corrí hasta la puerta del Ciencias, donde la señora Paty estaba esperándome para ir, corriendo, a la casa de los Silva Álvarez, por mis maletas, que había dejado aquella mañana, y de ahí, regresar a toda velocidad al Ciencias, a la clausura de los Interjesuíticos.
Tomé, de nuevo, como hace 5 años, la Ruta 633 del autobús hacia el rumbo del Ciencias. Pasé al lado de las Torres del Country, al lado del gran terreno baldío, y luego, al encontrar Plaza Patria, supe que casi había llegado. Las paredes de piedra negra se alzaban como siempre, y descubrí que había un barandal para que no se atravesaran la calle caminando los alumnos del Ciencias. Encontré el puente nuevo también, el cual lucía el escudo del Ciencias y las palabras "Instituto De Ciencias - El Colegio Jesuita de Guadalajara". Por desgracia, a pesar de ser Lunes, por ser Panamericanos, estaba cerrado el Ciencias, y es que todos los colegios (aunque no las Universidades) estaban teniendo 2 semanas de vacaciones. En pleno Octubre. La cortina metálica con su eterno color rojo estaba bajada, y no pude más que nostálgicamente caminar al lado del Ciencias, mis dedos rozando la pared de piedra basáltica en todo momento, recordando todo, sonriendo con algo de nostalgia, pues había vivido tan intensamente los días que había estado allí, tanto como había vivido intensamente las dos, tres veces que estuve en el Lux, o en el Pereyra... Vivir intensamente significaba vivir, tal y como lo había estado haciendo los días que había estado ahora en Guadalajara, ciertamente no quedaba duda. Los recuerdos se arremolinaron en mi mente, y seguí caminando, doblando la esquina a la derecha en la calle de atrás del Ciencias, y pasando al lado de colonias de muy alto nivel socioeconómico, o por lo menos eso daban a entender con sus fachadas y jardines. Volví a ver el "Coto Los Arrayanes" con el mismo letrero de tipo Stencil en metal plateado, con fondo blanco, tan minimalista y cuyo estilo asociaría siempre con Guadalajara, así lo viera en Acapulco. El obelisco azul de piedra con triángulos verdes que se podía ver desde el campo de futbol del Ciencias también estaba allí, intacto, con el estilo Barraganiano tan característico de esa mezcla de colores y texturas.
Así fue que continué caminando hacia el oeste por la Avenida Patria, gozando del paisaje urbano de esa, tal y como mi profesora de Escenario Regional de América Latina describió, una de las únicas ciudades de México auténticamente bien planeadas y, en todo sentido, bonitas. No es que Puebla sea fea, pues el centro y algunas colonias son joyas. Pero hacia la reserva Quetzalcóatl-Atlixcáyotl, y hacia el sur de San Baltazar, se ha hecho tal maraña urbana, que ha crecido como un tumor en áreas anteriormente vacías, o que eran ejidos. Si bien es cierto que tal vez no deforestaron mucho, pues no había bosque allí, faltó un trazo bien planeado, con banquetas amplias, y llenas de árboles gigantes por doquier, que cubrieran con su fresca sombra todo lo posible. Cuando por fin, me encontré con la calle Alberta, sabía hacia donde tenía que ir. Atravesé la avenida, y pasé en frente de varios edificios de moderado tamaño, que tenían la finta de ser edificios departamentales de clase alta, o por lo menos de clase media-alta. Continué por la calle Alberta hacia el sur, y al ver los nombres de las calles aledañas, supe que estaba en la colonia Providencia, que era donde me había quedado aquella vez. Los nombres de calles eran todos sumamente Sudamericanos. Tucumán, El Chubut, Maracaibo, Entre Ríos, Barranquilla, Brasilia, El Chaco, Manaos, La Rioja...
Sin saber cómo llegar a la casa de los Silva Álvarez del todo bien, medio me perdí al meterme a la calle Barranquilla, que era larguísima y sin embargo, era callejón sin salida, al final pasando por un condominio gigante, y también, con aspecto de clase alta. Regresé y continué caminando hacia el sur, hasta poco antes de llegar a la Avenida Montevideo. Ya sabía en donde estaba. Giré y fui hacia la calle donde me estuve hospedando tanto tiempo atrás. Todo seguía igual. Allí estaba, la casa de los Silva Álvarez. Qué debería hacer? Podría intentar tocar la puerta y tan solo saludar. O podría esperarme a que alguien saliera de allí. Había coches estacionados. ¿Seguirían viviendo en el mismo lugar? ¿O habrían formado parte de las hordas de familias adineradas de México que, en vista de la inestabilidad nacional, habían decidido reestablecerse en Canadá? Di tres vueltas a la cuadra, que más que cuadra, era trapecio, ya que estaba construida en una ladera, y eran subidas y bajadas del cerro de los Colomos. En cierto punto vi a una señora estacionarse enfrente. Pero, se habría realmente estacionado allí, o estaría esperando a alguien más, o estaba temerosa de bajar del automóvil por ver a un extraño caminando por ahí, como a la expectativa, con una misteriosa bolsa negra en la mano? El coche que se había estacionado enfrente, sería de verdad su vecino, o su guardaespaldas? Con un poco de tristeza (Más bien un mucho) supe que sería muy difícil volver a saludar a los Silva Álvarez de esa forma. Pero en mi mente se agolpaban muchas dudas. ¿Cómo seguirían los señores? ¿Cómo seguiría su hija en salud? Para estas fechas, ella ya debería tener entre 23 y 24 años de edad. ¿Qué habrían hecho de su vida ambos hijos? Lo más seguro era que también, ambos ya estuvieran en la Universidad. Muy posiblemente, incluso, fuera del país. El perro "Benito", seguiría allí? Cuando literalmente han pasado cinco años sin saber absolutamente nada de algunas personas, las dudas te entran y se agolpan en tu mente.
Resignado a que no podría ver a la familia Silva Álvarez, por lo menos a pasar a saludarlos, me encaminé hacia donde yo sabía que debía de ir, y bajé por la Avenida Montevideo, con sus eternos pinos Mexicanos, que dan la apariencia de tener mucho vello, en lugar de hojas agujifolias, hasta llegar a la Avenida Pablo Neruda. Qué hermosura de avenida! Yo la recordaba un poco distinta. Con árboles gigantes a todo lo largo del camellón, sí, pero parecía ser que para los Panamericanos se habían volcado en remodelarla. Estaba llena de esculturas, de las rosas que estaban en exposición, y con asientos, gimnasios al aire libre de uso comunitario, y flores. Todo en excelente estado, y con una estética viva, alegre y colorida. Eventualmente llegué a una taquería, cuando estaba al punto que mi estómago me exigía alimento, así que pedí una orden de tacos al pastor, que, curiosamente, era muy distinta a los que conocemos en Puebla y el DF: Aquí los tacos eran grandes, y no las mirruñas que cobran como si fueran carne de Sirloin. En la taquería, estaba prendida la radio, y estaban transmitiendo acerca de los resultados de esa mañana en la Unidad Deportiva Revolución. Lo curioso fue que de repente, en esas transmisiones, comencé a escuchar doble. Pensé en un principio que tal vez mis tacos traían resto de algún estupefaciente, pero al voltear a ver, me di cuenta que un comensal con playera de los Panamericanos, estaba hablando por celular, al parecer al noticiero de la radio, reportando lo que había sucedido ese día. Lo que él hablaba a mis espaldas sonaba una fracción de segundo después, en la radio que teníamos detrás. Como siempre, con el típico estilo de narrativa de radiodifusora Mexicana, con tonos y bríos. Al terminar, rápidamente, mis tacos, pagué y me fui a sentar a la entrada de la Unidad Deportiva Revolución, y hablé por teléfono con mi contacto, quien me dijo que no nos deberíamos ver allí en la entrada, sino más hacia "la izquierda" de la calle Pablo Neruda, en la entrada a las oficinas del COPAG. Allí había varias personas con camisa azul de los Panamericanos, que, por lo visto, también estaban esperando a esta misma persona. Entré con ellos a la COPAG, pasando muy fácilmente el filtro de seguridad con los de la Policía Federal, y me encontré con quien me quedé de ver.
Jardines de Neruda...
Lo sucedido aquí es ya historia conocida.
Estuvimos en el juego de Badminton, con todos aquellos voluntarios, y luego era posible que nos fuéramos al de tiro con arco, pero ya no fue necesario. Platiqué largo y tendido con ellos. Fueron super amables, y me cayeron más que bien. Anahí Castillo, Chuy Ramírez, Saúl Quiroz, Melissa, Alicia... a todos ellos un gran abrazo desde Puebla.
Aunque no salen en esta foto... bueno, sí y no.
Salimos de la Unidad Revolución tarde, pero nos fuimos a sentar a las oficinas de la COPAG. Allí platicamos amenamente, hasta que algunos de ellos se tenían que ir a terminar tareas, o seguir con su vida normal. Después de todo, la suspensión de clases sólo había sido para secundarias y prepas. Así que salí de la Unidad Revolución, y llamé por teléfono a Gus, quien estaba en Galerías Guadalajara. Allí quedamos de reunirnos, y comencé a caminar, mientras la tarde caía. Iba caminando hacia donde tomar el camión que me llevara a Galerías, cuando me encontré en medio de la calle, caminando, este pequeño animal perdido:
"Hola, estoy perdida, me ayudas?"
Y como pude ver que traía un collar con una placa, viendo que estaba en el camellón de una avenida, que, había sido lo suficientemente afortunado de atravesar sin que lo aplastaran, llamé al teléfono celular que marcaba allí. Me mandó a Buzón Telcel. Luego marqué a la casa cuyo número marcaba allí. No contestaban, así que como último recurso decidí ir a dejarlo a la casa donde estaba marcada la dirección, pero, como la nomenclatura de las calles Tapatías no es lógica, como la de Puebla, por ejemplo, tuve que divagar con un perro asustado en brazos hasta encontrar a una parejita joven que me auxiliara a encontrar el #10 de la calle Filadelfia. La pobre perrita (De nombre "Burbuja"), al llegar a la casa, en la cual descubrimos que la puerta estaba abierta de par en par, y posiblemente se habría escapado, llegó hasta la puerta, rascó como para que la dejaran entrar pero no había nadie. Así que se hizo bolita enfrente de su puerta, y se durmió. Mi alma descansó, y me encaminé hacia Galerías. Estaba en el camión, cuando de pronto sentimos un enfrenón, y un sonido tosco. El camión siguió como si nada, pero luego una persona caminó por la calle, en la cual el tráfico iba muy lento, y le gritó por la ventana "Párate, pendejo!!". Resultó ser que habíamos chocado, y ni en cuenta habíamos caído, así que el trayecto para llegar a Galerías se tardó aún más, hasta que, eventualmente, me encontré con Gus, muriendo de hambre, y pasando a un McDonald's a cenar plástico antes de regresarnos a la casa de Zebul. Cuando por fin llegamos, nos dijeron que ya nos daban por difuntos, porque no sabían qué había sido de nosotros. Llegamos rápido a guardar nuestras cosas, y de allí nos llevaron de regreso a la Nueva Central Camionera de Guadalajara, casi hasta Tonalá, de donde habíamos llegado. De inmediato fuimos por nuestros boletos hacia Querétaro, comimos algo ligero en la estación, y seguimos nuestro camino. Llegamos a Querétaro a las 3 de la madrugada, y pudimos alcanzar a tomar un camión que estaba saliendo hacia Puebla. Llegamos a Puebla a las 8 de la mañana, dando por concluido un muy hermoso y productivo viaje, que había sido tan anti-itinerarios como nuestra propia mística en contra de la organización del tiempo nos lo indicó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario